Reseña sobre el libro La Vida es Plaza de Varsovia Viveros (Ediciones El Kultrún 2022)
La poeta Ximena Adriasola afirmaba en uno de sus poemas: “Todo lo que yo miro también me ve”. Valga este luminoso punto de partida para introducirnos en LA VIDA ES PLAZA Y OTROS POEMAS (El Kultrún ediciones 2022) el último libro de la poeta Varsovia Viveros (Santiago 1951). Las tres partes en las que está dividido el texto, parecen dar cuenta de tres estados de alma independientes que en apariencia difieren entre sí, pero sin embargo complementan una unidad, una visión única respecto al paisaje y la fauna que lo habita.
En la primera parte la poeta utiliza la prosa poética como espacio verbal para desplegar rostros, voces, situaciones, hechos increíbles como la crucifixión azarosa de una gaviota en la cruz de la catedral de Ancud. Una imagen agorera que irrumpe y quiebra la tarjeta postal del Chiloé publicitario que buscan los turistas gringos y chilenos quienes abarrotan la plaza cada verano; la pueril imagen de un pueblo que sólo existe en las ofertas de las oficinas turísticas. En estos poemas, Varsovia expone otro Chiloé, un Chiloé cuya traza es cruda y violenta, naturaleza que es imposible contener en el pequeño cuadro de una tarjeta postal. Los cercanos personajes que asoman en estas prosas vivifican la escena cotidiana de la plaza. El escultor acompañado de su radio a pilas que pica y pica la Cancagua, transformando el mito en piedra, así como los alquimistas de antaño transformaron las rocas en oro. Su interminable y seductor parloteo, su prestancia de vulcano en la interminable forja de los días. El Trauco y su atuendo de quilineja que por unas monedas se deja fotografiar hasta quedar con los ojos amarillos. La catedral es un elemento vivo que dialoga con la plaza y el cuartel de bomberos. También con los visitantes que la rodean y la invaden. Esta puesta en escena nos propone Varsovia y la acogemos como nuestra porque sabemos que está narrando algo próximo y cierto; el devenir colectivo de los días y sus implicancias más curiosas.
Avanzando el libro, abandonamos los márgenes de la plaza para encontramos con la forma clásica del verso libre, certero sin ambages. Tomo un verso del poema La Bernarda: “todos la ven sucia y despeinada/con su porte elegante y jovial/cuando descansa junto al Mario/cuando lo besa y refriega su cuerpo junto al suyo/cuando pide monedas con su vientre inflamado”. Aquí el mirar se torna doloroso y expone la tragedia de la que todo el pueblo es testigo. Se advierte la ternura de una mirada que no juzga, pero documenta de forma cabal ese chiloé que no encaja en el folleto publicitario.
En el poema titulado Canto 2, leemos: “Se viste de algas el verbo/de astilla veneno y luz”.
Se trata de un texto metapoético en el que la hablante da cuenta de una especie de sincretismo; una operación mágica en donde los elementos de la isla se funden a esta voz torturada y desnuda. Estos quiebres de estilo y forma evidencian una riquísima polifonía que nos permite asomarnos a una poesía madurada y pensada hacia el territorio.
Es un libro poblado de muertos, pero son muertos dulces y graciosos. Conocidos, casi familiares. Desde Pedro Guillermo Jara hasta Marilyn Monroe, pasando por la Bernarda y Santos Lincomán. Y es que acaso los muertos también nos miran, la que observa es también observada desde una distancia atemporal. Ese intercambio se llama lenguaje y es el inicio de la Poesía.
En el poema Canto final que da término al libro, la poeta se cuestiona: “¿Cuál de estas voces se instala en mí?/¿la que espía?/¿la que sólo narra sin involucrarse?/¿la que desaparece en la frecuencia/de su propia entonación?.
Este exámen y autoflagelación son necesarios para intentar situarse en un territorio no sólo físico sino también ético puesto que la poesía de Varsovia Viveros es eminentemente política. Por eso nos invita a su plaza a observar, a imprecar y definirnos frente a la realidad que es un hecho colectivo del que nadie tiene escapatoria. Asomémonos entonces a este espacio de observación en donde la vida es y será plaza, y los vivos y muertos confluirán como protagonistas y testigos del inexorable discurrir del tiempo.
Ancud, enero del 2023